Durante varios años, la migración subsahariana a Melilla ha sido protagonista a los saltos al borde fronterizo por parte de migrantes provenientes del sur del Sáhara. Los intentos de asalto de la población subsahariana son impredecibles y las cantidades de personas que realizan la acometida varían entre los que han tenido éxito en sobrepasar los tres metros de la valla y los que se han quedado por el camino.
Debido a las imágenes que se propagan de dichos asaltos masivos, la asociación semántica entre la preocupación e inseguridad y los migrantes africanos se ha convertido en una costumbre a través de los habitantes.
No obstante, aquellas personas que en su día emprendieron el viaje de sus vidas son consideradas figuras llenas de honor entre sus allegados. En vista de un futuro mejor, dejaron todo atrás para conseguir la estabilidad sanitaria, económica y social que tanto anhelan. Y, si es posible, lograrán rescatar a aquellos que dejaron en sus lugares natales. Para así, coronarse como los héroes del desierto.
Una vez que saltan la valla y pisan suelo europeo, los subsaharianos han de desplazarse al Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI). Institución que empezó a acoger en el año 1999 con el fin de acoger a aquellas personas que no tienen un techo para vivir y que a día de hoy tiene una capacidad máxima de 480 plazas.
El procedimiento que los trabajadores del CETI realizan una vez que los migrantes están asentados es guiarlos, primariamente, a las diferentes duchas comunes que hay tanto en la zona inicial del centro como en la parte inferior de esta. Luego del baño, los subsaharianos disponen de ropa nueva proveniente del almacén y así dejan la indumentaria con la que llegaron a la ciudad.
Después de realizar el primer paso, se les orienta hacia dos salas con camas de literas para que puedan instalarse. A continuación se dirigen al centro médico que hay en la institución para llevar a cabo las pruebas médicas pertinentes. De modo que, una vez superado todo ello, el siguiente movimiento que tienen que realizar es ser entrevistados por el servicio de atención social. Con ello se realiza un informe de progreso al igual que reciben un asesoramiento legal. Una vez cumplidos con todos los requisitos, las trabajadoras sociales les otorgan tarjetas para que sean identificados. Con ello, tienen una tarjeta para que tengan movilidad y control sobre las salidas y entradas del centro.
En la parte este del CETI se hallan los lugares de rezo para las personas musulmanas. Se despliega una larga alfombra para que aquellos que sean creyentes puedan rezar. También hay una zona desplegada para las personas cristianas. La zona céntrica del CETI está conformada de un parque amplio donde hay varios bancos, jardines, zonas de gimnasio y apartamentos. Dichos pisos son habitados por aquellas personas con mayor antigüedad dentro del centro.
En la parte final del centro se ubica el centro de estudios. Allí, dependiendo del idioma materno, son tutorizados por profesores que hablen árabe, francés o inglés. Aprenden tanto la lengua española como las costumbres para que el proceso de adaptación sea notable. También hay grupos ajenos al CETI que actúan como colaboradores para ofrecer talleres de distintas características: ebanistería, música, pintura son algunas de las destrezas que se imparten.
Una vez que su estancia termine, se estima entre los tres y seis meses, se les da la oportunidad de emprender el viaje a la península con una subvención y conseguir un trabajo como inicio de sus nuevas vidas.Los grupos de subsaharianos se diferencian entre ellos mismos. Existen los que provienen de países principalmente francófonos: Malí, Guinea, Congo, Costa de Marfil, Senegal; al igual que estados en los que el inglés es su lengua principal: Nigeria, Gambia, Ghana; y, por último, los grupos que vienen de países que principalmente se habla en árabe: Marruecos, Argelia, Túnez y Chad.
Para poner en contexto la unión que tienen entre ellos, el 31 de diciembre de 2021 varios costamarfileños se manifestaron por la ciudad de Melilla para reclamar la vuelta de Momo, un menor de edad custodiado por el Centro Asistencial, con su madre. Entre otros subgrupos de los que dominan el francés están los que vienen de Guinea, o como es conocido en África, Guinea Conakry. La inestabilidad política y social provocada por el gobierno de Alpha Condé — el cual fue revocado en el golpe de estado militar en septiembre de 2021 — incitó la migración de cientos de ciudadanos guineanos para encontrar un modelo de vida perfectible. El caso de Keita, un niño de 18 años que emigró de Guinea a los 15 años, son los ejemplos de la necesidad que precisan estas personas.
Otro caso de inestabilidad social ocurre en Malí, el régimen militar, los dos intentos de golpe de estado en 2012 y en 2020, suscitaron a los habitantes a dejar todo lo que una vez fue suyo y salir del país para encontrar una calidad de vida más favorable. Esta situación de control e intentos de gobierno militar suceden en más países que se ubican al sur del desierto. Chad, país situado en el centro de África, es otro modelo de gobierno que se asemeja a los ya comentados.
El camino que realizan desde sus países de salida hasta la Ciudad Autónoma de Melilla varía en función de las condiciones que se encuentran en cada país. Mohamed Bakayoko, proveniente de Mali, salió del país en dirección a Marruecos. El trayecto duró aproximadamente siete meses hasta llegar al país magrebí. Por consiguiente, el objetivo era saltar la valla y llegar a Melilla. Este proceso duró 6 meses hasta que consiguió la oportunidad para superar el vallado que separa ambos países.
Estos casos son los más rápidos, pero también se han de citar los viajes que han subsistido mucho tiempo. Ibrahim, también maliense, estuvo tres años recorriendo el desierto entre Mali, Argelia y Marruecos para poder alcanzar el fin primordial. Sin embargo, según relató, las dificultades aumentan cuando llegó a Marruecos. Los conflictos con la ley y la situación pandémica hicieron retrasar el asalto de la valla.
Las contracorrientes provocadas por el destino es un factor común entre los subsaharianos. Mouktar y Yahia, dos sudaneses recién llegados a la ciudad, perdieron a varios de sus compañeros durante el viaje. Aún así, agradecen a Dios por haber sobrevivido a todas las situaciones de máximo peligro a las que se enfrentaron hasta pasar la valla.
Aparte de las situaciones en las que se enfrentan, el hecho de abordar este tipo de viajes significa que los contactos con los suyos se disipa en el tiempo. Isofar, un joven gambiano cuyo viaje demoró ocho meses hasta llegar a Marruecos, no consiguió una forma de contacto con los suyos hasta pasados nueve meses en el país marroquí. Diecisiete meses sin saber de sus familiares. Diecisiete meses sin saber nada de su país.
Todo ese tipo de factores son los que hacen replantear el esfuerzo inhumano que han realizado para llegar hasta este punto del mundo. El hecho de pasar de un país a otro significa que han logrado el sueño que tanto ambicionaban desde hace mucho tiempo. Soportar el calor del desierto, ser engañados por grupos que se aprovechan de la inocencia, sufrir racismo, presenciar el remordimiento y la vuelta atrás de sus compañeros, la muerte de aquellos que no lograron superar el camino y la extorsión de las mafias hacen que, una vez que pisen el suelo melillense, sientan la libertad y se rían con la emoción.
El placer de cumplir el sueño de alcanzar la estabilidad está más cerca que nunca. Aunque no haya un premio físico, ni un trono para ser coronado, ni una capa para valorar su esfuerzo, lo lograron. Superaron al calor diurno del yermo de arena y la gélida oscuridad nocturna. Alcanzaron el mayor reconocimiento que será nombrado por aquellos familiares y amigos que un día los vieron partir.